Hermano de Claudio Bravo repasa el
recorrido del pintor hacia las alturas
del mundo del arte.
 
El Mercurio online, por Sebastián Cerda, 6 de Junio de 2011
 
 
Claudio Bravo en su mansión de Tánger.
José Hernán Bravo recuerda al artista como un gran trabajador, que se distanció de Chile hasta nunca querer volver, pero colaborando siempre con su lugar de origen. Acá "no se sentía muy comprendido", dice.

SANTIAGO.- Muy temprano en su vida, cuando Claudio Bravo supo que quería dedicarse a la pintura, encontró en casa un primer obstáculo: A su padre, un agricultor y comerciante de Melipilla, no le sonaba muy bien la idea de tener un hijo artista, y lo instó a que siguiera el camino familiar de la agricultura.

"Él encontraba que si Claudio estudiaba pintura y se hacía pintor, sus hermanos iban a tener que mantenerlo", cuenta José Hernán Bravo, hermano menor del artista.

"Pero la realidad fue absolutamente al revés, porque sus cuadros llegaron a venderse en precios que superaban el millón de dólares. Últimamente estaba encumbradísimo", agrega. Fue entonces una vocación profunda y una obstinación la que llevó al pintor a desarrollarse en el arte, donde alcanzó niveles de éxito inusuales para alguien venido de este lado del mundo, y que hasta el momento de su muerte, el pasado sábado a los 74 años, no fueron más que crecientes.

Con esa figura compartía José Hernán. Con el hermano que lo vio crecer y con el artista enorme en que ese mismo llegó a trabsformarse. No hablaban mucho, y nunca lo visitó en Marruecos, pero mantenían su relación fraternal a la distancia, sin dejar de pasar tiempo juntos en cada ocasión en que el artista venía a Chile. En Concón, donde vive, se enteró de su muerte.

"Un mes atrás Claudio tuvo problemas de epilepsia, se fue a curar a París, le hicieron todos los exámenes, y al parecer él consideró que estaba bien. Pero ahora tuvo dos infartos simultáneos, y no alcanzó a llegar al hospital de Taroudant", dice sobre los últimos días de Bravo.

El pintor vivía en Marruecos desde 1972, y falleció en la última de cuatro casas que allí tuvo. En la ciudad sureña encontró un nuevo refugio, tanto que hizo las donaciones que permitieron construir precisamente ese hospital al que no alcanzó a llegar.

Según cuenta José Hernán Bravo, la elección de ese país para residir se dio por razones que sólo un pintor podría considerar. "Cuando él llegó a Tánger le gustó la luz que había en ese lugar. Ése fue el comienzo, no hubo otro. Él estuvo viviendo muchos años en España, en Madrid, y decidió irse. Llegó a Marruecos y le encantó la luz, quedó prendado con la luz. Había colores más tibios".

Allí instaló su centro de operaciones, con talleres en los que estaba por horas trabajando. "Él era un trabajólico. Su pasión era pintar y pintar. Pintaba hasta los domingo. Era muy trabajador, y la Galería Marlborough siempre lo tenía chicoteado", dice sobre la institución que distribuía sus obras en el mundo. "Él nunca vendió un cuadro", agrega.

La posibilidad de vivir en Chile nunca estuvo presente, en un distanciamiento que fraguó por razones familiares y artísticas. "Fallecieron dos hermanas acá, y cada vez se le hizo más difícil venir de tan lejos. Además que no se sentía muy comprendido. En Europa era un hombre tan conocido, y acá se lo criticaba y criticaba", cuenta el único de los Bravo que habita en el país —una de sus hermanas vive en Londres y la otra en Zaragoza—.

"A mí me decía que él en Chile se sentía chileno, pero no echaba de menos las raíces. Afuera se sentía bien", agrega su hermano de 67 años.

Por lo mismo, el distanciamiento nunca fue completo. Hasta 2002, tuvo un refugio en la zona de Puerto Octay, al que llegó "por la Guerra del Golfo. En ese momento a él le dio mucho susto esto de vivir en un país árabe, y mis hermanas le dijeron que comprara un campo en Chile, por si había problemas. Y encontró ese campo maravilloso en Puerto Fonck. Se venía dos meses todos los años".

Tampoco se olvidó de su lugar de origen. "Él hacía unas donaciones a la fundación Demetrio Bravo Santibáñez, un tío de nosotros que era cura, como un Padre Hurtado chiquitito, en Melipilla. Tenía fundaciones, hogares... Claudio todos los meses enviaba dinero a esa institución", cuenta José Hernán.

En la relación con su país, un momento fue importante fue la gran retrospectiva que le dedicó el Museo de Bellas Artes, en 1994, y que marcó récords de aistencia al recinto. "Él la recordaba con mucho cariño", dice su hermano, quien piensa que aunque el pintor pudo haber sido más reconocido por parte de la crítica y las premiaciones de Chile, finalmente encontró un lugar en el reconocimiento de la gente. "Yo creo que va a ser bien recordado", dice.