Último encuentro con el pintor:
Claudio Bravo y Chile
 
Fernando Schmidt Ariztía
Subsecretario de Relaciones Exteriores
El Mercurio, 19 de Junio de 2011
 
 

Como país debemos hacer un esfuerzo por mantener su espíritu entre nosotros.

La muerte de Claudio Bravo nos sorprendió a todos, pero muy especialmente a mí. El martes de la semana pasada habíamos estado con él en Taroudant, junto con el embajador de Chile en Marruecos, Carlos Charme. Por esas casualidades de la vida, fuimos posiblemente los últimos chilenos en despedirnos de él en el aeropuerto de Agadir, al día siguiente.

Nuestra visita a Bravo, obedecía al deseo del Gobierno de transmitirle al artista el orgullo que sentiríamos todos los chilenos de contar con parte de su obra en nuestro país y hacer todos los esfuerzos posibles por lograrlo. Era portador de una carta del ministro Cruz-Coke en tal sentido, que dejaba abiertas las puertas al tipo de cooperación que el artista quisiera. Al mismo tiempo, le llevábamos la noticia de que el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes había decidido otorgarle por la unanimidad de sus miembros la Medalla Pablo Neruda, máxima distinción en el mundo de la cultura, por el valor intrínseco de su obra.

Nos recibió un Claudio Bravo agradecido, reconocido de Chile, de sus raíces, orgulloso de nuestros paisajes -los mejores del mundo, decía- , profundamente familiar. Hicimos recuerdos de nuestra Melipilla común, de su familia, del tío Demetrio que murió en olor de santidad, del campo en Huilco. Mi pintura, dijo, nunca podría haber sido europea porque es un reflejo de los colores de América y de Chile. Los alerones que coronan los muros de su casa en Taroudant fueron copiados de las paredes del campo chileno.

Desde la profundidad de nuestra tierra chilena, Bravo alcanzó una comprensión cabal del gran mundo de la cultura y de la más sofisticada intelectualidad. Allí están sus colecciones de piezas únicas del arte romano, griego, egipcio, las obras originales de Warhol, de Bacon, las estatuas de reyes visigodos, la maravillosa colección de cerámica marroquí. A sus casas en ese país y en Francia, llegaron regularmente personajes como Giscard d'Estaing, Chirac, su amiga Farah Diba, miembros de la realeza española y tantos otros. Ese impulso interior a rodearse de una estética altamente refinada, hizo de él un excepcional cultor de la belleza.

En los últimos días estuvo preocupado de que la obra suya de toda una vida, su pintura, casas y objetos de arte atesorados y cuidados recibieran el cuidado que merecen bajo el alero de una fundación que llevaría su nombre. El ex ministro de Cultura de España, Miguel Ángel Cortés, le había ya redactado un proyecto en este sentido, pero a éste le faltaba una mayor conexión con Chile y con nuestra cultura. Por eso, con su lápiz mina en mano fue haciéndole correcciones a este proyecto, para que en el patronato de esa futura institución estuviera incorporado alguien de su confianza con una sensibilidad a la relación entre Bravo y Chile, fue incorporando el nombre de nuestro país en varios de los acápites que decían relación con los lugares en los que actuaría de preferencia la fundación. Juntos llamamos a Miguel Ángel a París para dejar en claro que debíamos potenciar las tareas de la futura fundación, con una subsede en Chile.

Bravo estaba consciente de su valor en la pintura nacional y, en ese sentido, nos recordó muchas veces la gran exposición que se realizó hace años atrás en el Bellas Artes, la más vista en el museo en los últimos años y no nos ocultó su deseo de que una sala de este recinto pudiera algún día llevar su nombre, que sin tapujos comparaba al de Matta por el alcance universal de su obra.

En esas horas que tuvimos el privilegio de compartir con él en Taroudant, gozó con un libro de paisajes de nuestra tierra que le habíamos llevado, con un conjunto de catálogos que le mandaba su amigo Rodrigo Fernández y que le ponían al corriente de lo que se estaba haciendo en Chile y, sobre todo, con el humor tan nuestro de Condorito. Claudio Bravo era universal y chileno hasta la médula. La génesis de su obra y de sus sentimientos primigenios estaban en este extremo del mundo, en esta luz, en esta geografía. De no haber sido así, posiblemente Bravo habría tenido otros derroteros, pero no el que se materializó en su obra pictórica y estética, en su poco conocido coleccionismo que generó admiración en el mundo que le trató.

Creo que, como país, debemos hacer un esfuerzo por mantener el espíritu de este artista entre nosotros a través de su obra, por el valor que ella misma tiene en el mundo de la pintura. Sería además un ejemplo para que las generaciones más jóvenes, los nuevos creadores, perseveren en la tarea de conquistar el mundo a partir de las experiencias vitales de esta tierra. Como país debemos hacer un esfuerzo por mantener su espíritu entre nosotros.